lunes, 13 de octubre de 2008

Morante abroncado en Zaragoza

Morante vino a encerrarse con seis toros y lo que le prepararon fue una auténtica encerrona. Las corridas de un único espada, tantas en estas fechas de final de año, basan su éxito en dos puntos clave: la elección del ganado y la espada. Ninguna de las dos funcionaron. De ser Morante, uno andaría buscando al veedor que le seleccionó los toros, para colgarlo de la corona de la Pilarica, mismamente. Salvo que a lo sumo el propio Morante seleccionase y viese personalmente seis toros tan mal hechos y tan feos. Tan distantes.

El juego no se sabe hasta que salta al ruedo, pero suele haber una regla de oro: el toro de mejores hechuras tiene más posibilidades de embestir.

De lo de la espada no tiene la culpa nadie más que Morante. Él y su poco ánimo, o poca fe, o pocas ganas de pasar con los aceros. Pero lo cierto es que no cazó a ninguno por derecho. Buscando la salida las más de las veces, uno una decena de pinchazos para matar seis toros. Más descabellos todavía. Una ruina.

Así las cosas, la tarde se fue despeñando sin solución de continuidad. Y fue haciendo mella en el ánimo de Morante a medida que avanzaban los minutos. Esa es otra de las claves para estoquear seis toros. El ánimo, el saber y ser capaz de sobreponerse a las circunstancias. Sin ser toreros para nada comparables, ahí está el gesto y la gesta de Perera hace diez días. Con muchos más factores en contra, a techo descubierto. Y sin tanto apoyo en el tendido, más bien lo contrario.
Porque los morantistas no dejaron de animar hasta el último minuto.

Las palmas por bulerías se hicieron presentes antes de la suelta de varios toros, como dando esperanzas de que ahora iba a ser. Pero tampoco. La mella gorda en el ánimo del torero la hizo el tercero, un toro gigante de Fuente Ymbro, con sus seiscientos quilos a cuestas, alto como la estructura de la ofrenda a la Virgen del Pilar. Ahí llegó el renuncio y el lastre insuperable. El toro hizo cosas de manso, y se movió mucho. Y Morante le dio cuatro muletazos a dos manos y fue por la espada.

No gustó la cosa, y se armó la bronca. Tanto, que Morante pidió que abreviasen para sacar al siguiente. No se sabe porqué, pero fueron varias las veces que José Antonio pidió al palco brevedad en los tiempos muertos. Como para que aquello pasase cuanto antes.

El primero que soltaron, un ejemplar de Daniel Ruiz terciadito, fue de lo mejor del encierro. Cierto es que no hubo toro completo, un toro cumbre, ni siquiera uno bueno de verdad, pero hubo tres con posibilidades. Y el de Daniel Ruiz fue uno de ellos. Esa es otra de las claves de las corridas de seis toros. La necesidad de hacer frente a muchos medios toros. Corridas completas como la de Cuvillo salen pocas. Y hasta las de seis, con seis ganaderías, no iba a ser una excepción.

Abrió pronto la fiesta Morante, con dos verónicas a cámara lenta y compás por el pitón derecho, el bueno del toro. Y tras el picotazo con el que le ahormaron en el caballo, hubo todavía otro ramillete estirándose, con dos lances muy bellos. A la postre, el capote sería lo más destacado de una tarde tan difícil para el sevillano. Galopó y acudió alegre el toro, que pedía distancia y ese pitón. Por ahí lo toreó Morante, sólo que buscó el toreo en corto y demasiado encima. Aún así quiso tomarla el de Daniel Ruiz en una faena de altibajos, con buenos muletazos intercalados entre demasiados enganchados. No hubo serie buena, propiamente como tal. Y comenzó el calvario con la espada.

El segundo fue un ejemplar de su apoderado, lidiado bajo el hierro de La Campana. Un toro largo y serio, que se vino abajo muy pronto. Intentó echársela Morante, que todavía no había bebido el amargo trago del renuncio. Sólo que el toro no quiso. Hubo muletazos buenos, también sueltos, que se celebraron como fiesta grande. Sólo que la fiesta no llegó. Ni llegaría.

Pasado el ecuador, la corrida se hundía como el Titanic. Pero quedaba la mitad de lo reseñado en toriles. Las prisas de Morante hicieron que se soltase rápido el cuarto, de El Pilar, que apareció sin divisa. Altón el toro, con mucho cuello, daba miedo verle encampanado. Suelto de carnes, con esqueleto. Muy en El Pilar. El toro galopó con buen aire y Morante se animó de capa. Y cómo lo hizo, con seis lances a cámara lenta, bajando las manos tras tres de tanteo a mayor altura. Toreo a compás del sevillano, que parecía desquitarse de la bronca.

Apretó y empujó mucho en el caballo el toro. En dos encuentros en los que metió los riñones con buen son. Sólo que la lidia no le hizo favor alguno. Muchos enganchones, capotazos a mansalva y, en el segundo intento, una cornada grave al veterano Manolo Bueno. Era la tarde de su adiós, pero no pudo cortarse la coleta como había previsto.

Todo eso no hizo sino indisponer al toro. Y a Morante. El toro comenzó a cortar los viajes y Morante quiso abreviar. Tras el tanteo volvió a ir por la espada, sólo que el tendido, caliente, se lo tomó peor. Llegó a caer una almohadilla desde el alto del tres, y hasta el sevillano hizo gestos a unos aficionados del cinco. Pero se puso. Y cuando lo hizo, el toro respondió.
No fue un dechado de clase -le costaba humillar con su alzada-, ni tampoco de raza. Pero dejó estar y mucho. Un punto tardo, casi dormido. Terminó echándose tres y cuatro veces. Pero tuvo sus viajes, y Morante quiso torearlos en la inercia, dejando tres series de buen son. Con torería innata, propia de un torero tan completo. Relajado, templado, hubo derechazos de buen aire. Y un natural que fue un monumento al toreo. Volvieron las esperanzas, pero el toro terminó echado. Y aunque no mató bien, ni tampoco horrorosamente mal como antes, no le tocaron ni las palmas. Como si no perdonasen el renuncio anterior. Ni el amago en éste.

No hubo demasiadas opciones con un quinto de Zalduendo de otros 600 kilos. Sólo que no tan gigante como el de Fuente Ymbro. Ofensivo, enseñaba muy bien las puntas. Armado. Dejó turno a uno de los sobresalientes, que quitó breve y bueno. Sin un enganchón y tirón. La faena se pasó entre probaturas y quiero y no puedo. Ni quiere el toro, que daba medio viaje y terminó topando.
Quedaba el ‘paracaídas' de Cuvillo. Un toro bien hecho y con sus cosas, pero que duró poco. Morante se vino arriba y, como si la tarde se fuera viva, se echó de rodillas y le dio una larga. Pero lo mejor de la tarde llegó de pie, en un manojo de verónicas que fue de categoría máxima. Asentada la planta, con mimo y temple, Morante acarició el toreo en el saludo de capa. Tantas fueron las ovaciones, que la típica jota dejó de oírse. Y las palmas de a tres tornaron en una ovación cerrada y fortísima. La de la tarde.

Le pidieron banderillas y Morante dejó tres pares con facilidad. Entre tantos, muchos capotazos, que tampoco hicieron bien al toro. Morante inició con ganas, con una serie en redondo abrochada con un garboso remate y el de pecho. Parecía que sí... pero no. El corazón de los morantistas seguía albergando la esperanza, se jaleó todo, pero al toro le faltó fuerza. Y un punto de raza. Porque tomar el engaño lo tomaba. De nuevo la espada... y la decepción final, y la bronca, y las almohadillas, y el gesto contrariado de Morante, y la ilusión rota... y el que reseñó los toros en busca y captura. El verdadero enemigo de una tarde tan aciaga.

FICHA DE LA NOVENA DE LA FERIA DE ZARAGOZAZaragoza. Domingo 12 de octubre. 9ª de Feria. Más de tres cuartos de plaza. Toros de Daniel Ruiz (1º), terciado y manejable. La Campana (2º), correcto de presentación y desrazado. Fuente Ymbro (3º), alto de hechuras y con movilidad, ovacionado en el arrastre. El Pilar (4º), manejable pero justo de raza. Zalduendo (5º), sin raza. Cuvillo (6º), manejable. Morante de la Puebla, en solitario, palmas tras aviso, silencio, bronca, silencio tras aviso, silencio y pitos. Es despedido con almohadillas.

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