sábado, 4 de octubre de 2008

Miguel Ángel Perera: 'Madrid vio que yo no venía a pasearme'


La quinta planta de la Clínica Virgen del Mar en Madrid es un continuo ir y venir de visitas. Ganaderos, matadores de toros, periodistas, familiares, amigos, y hasta personal sanitario, se acercan como un goteo constante a la habitación que ocupa Miguel Ángel Perera, herido ayer de mucha gravedad en Madrid. El torero recibe a todo el mundo con una sonrisa y para todos tiene unas palabras. Para todos, menos para uno.


Cuando esta mañana era trasladado de la UCI a planta, el primer rostro que vio fue el de Santiago Martín “El Viti”. Casi sin palabras, el torero apenas pudo articular, según confiesa, un “encantado de verle, Maestro”. Los dos toreros, de generaciones tan distintas y distantes, han confesado admiración mutua. ‘Su Majestad’ tampoco se explayó demasiado en la conversación: “Ya me puedo ir tranquilo, después de haberte visto”, para, segundos después, casi desaparecer.
Los ojos de Perera se encienden cuando habla del maestro: “Te juro que casi me levanto de la cama de la impresión” confiesa entre risas, cuando recuerda lo ocurrido. El torero reconoce que “eso es lo bonito de esta profesión, el respeto, la admiración mutua… por esas cosas, y por muchas otras más, merece la pena ser torero”.


Miguel Ángel está tranquilo y animado. Incluso comienza a hablar y pensar en las fechas de América. “Hombre, si estoy aquí ocho o diez días, y luego cuatro o cinco preparándome en el campo… puedo llegar al 22 a Pachuca” relata, mientras, al fondo y sentado en un pequeño sillón, su apoderado, Fernando Cepeda, mira con cara de preocupación. Con todo, el rostro de torero y apoderado es mucho más relajado que el de hace tan sólo doce horas, cuando Miguel Ángel estaba en quirófano y después lo dejaron en observación.


Cepeda, que lleva dos días sin apenas probar bocado, reconoce que “han sido unos días durísimos, y ayer lo pasé mal de verdad en la plaza”. Pese a ello, reconoce que “cuando anoche los médicos nos dijeron que la trombosis no era tan grave como pensaba don Máximo en la plaza, fue toda una alegría. A pesar de todo, hay que ir muy despacio y ser muy prudente, porque es muy grave, es una zona muy delicada, y necesita tiempo”.


Después de comer, y mientras el teléfono no para de sonar, Perera habla de las cornadas: “Hombre, se dicen que son medallas, pero a ninguno nos gustaría tenerlas. Lo que sí que se es que forman parte de la profesión, que son muy dolorosas, pero también engrandecen la Fiesta. La sangre que aquí se derrama es real y sí que te aseguro que por una tarde así merece la pena cualquier esfuerzo”. Lo dice un torero que lleva ya once boquetes en el cuerpo, cuatro de ellos en Madrid.


De la corrida de ayer los recuerdos son frescos y Miguel Ángel está contento por todo. Sólo cambia el gesto cuando lee con detenimiento y ojea al detalle crónicas de todos los periódicos e Internet, y, con la mirada contrariada señala la reseña de Burladero: “Fíjate, sexto, de Fuente Ymbro, gran toro”. No es la primera vez que pasa, en el San Isidro pasado, la cornada en el gemelo le impidió matar uno de Valdefresno al que desorejó Castella: “El año pasado también pasó, pero no me quiero obsesionar con eso. Si está Dios que sea así, pues así es. Quién sabe si al toro lo someto por abajo en dos o tres series y se acaba, o quizá ni hubiese embestido… no se puede pensar en eso”, reconoce.


Miguel Ángel habla también de las cornadas y de cómo las vivió: “El quinto toro ya había avisado en el capote, era muy incierto. Mi gente me había dicho que siempre muy tapado, y yo era consciente de que en los estatuarios me podía echar mano. Con el primero por el lado izquierdo ya me avisó y en el segundo me cazó”, relata el torero.


El torero es consciente, horas después, de que seguir en la cara supuso un riesgo añadido: “Cuando entré en la enfermería y vieron la herida y el trombo, ves que pudo ser una locura. De hecho cuando me levanté no tenía fuerzas, pero cuando me fui a por la espada se fue calmando todo y, aunque costó mucho tirar para adelante, quería hacerlo. Después, cuando me iba a tirar a matar llegaron de nuevo las molestias, ya no sentía casi la pierna, más que dolor”, asegura Perera.


Pese a ello, Miguel Ángel no se arrepiente: “Yo era consciente de todo, y de que en cierto modo era una imprudencia, pero estaba en Madrid, y Madrid es curioso, pero quiere la entrega del torero, lo que pasa es que después cuando el toro te ha herido quiere que te vayas para dentro. Pero ayer se vio que el torero estaba dispuesto a todo, y creo que lo ha reconocido”, confiesa el espada.


A mediodía el ritmo de visitas baja. Su familia permanece a su lado. Su jefa de prensa atender peticiones de entrevista pero los médicos insisten en que debe descansar. Perera observa con detenimiento la televisión, los reportajes de los informativos sobre su actuación de ayer en Madrid. Casi seguido, reflexiona: “Fue una tarde complicada, pero bonita en mi carrera. Todo se puso a la contra, fíjate, que después del día que hizo el miércoles y el jueves ayer como se puso de desagradable. Había que superarlo, sin poder exprimir tampoco los toros como me gusta, porque tenía que torear al abrigo de tablas, la primera cornada… Pero estoy satisfecho. Creo que Madrid vio que yo no venía a pasearme, y eso quedó claro”.


Los médicos vuelven a revisar la herida. La cornada de los testículos supura por el drenaje, lo que junto a la ausencia de fiebre es buena señal. Perera no para de hablar por teléfono. Compañeros como Cayetano o El Juli se preocupan por su estado y le dan ánimos. El teléfono de Fernando Cepeda no ha dejado de sonar desde primera hora de la mañana. Y mientras, Perera intenta sintonizar por Internet la retransmisión de la corrida de Zafra que iba a estoquear como broche a una temporada de oro.


La última imagen del año es emocionante. Tuvo lugar ayer, cuando cruzaba el ruedo, con el muslo abierto y la oreja del toro de Valdefresno en la mano. Miguel Ángel reconoce que “iba roto de felicidad, de ilusión, de satisfacción y sobre todo de orgullo por lo que había hecho. Si no me hubiesen dado la oreja a lo mejor la sensación era otra, más triste, pensando que el esfuerzo no habría valido la pena, pero con esa oreja, esa plaza emocionada, los gritos de ¡Torero, Torero!... esa satisfacción no me la quita nadie”.

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